Hace nueve años, José Ignacio Pareja se le midió al reto de vivir en la casa donde más de un celador salió huyendo por los espantos. Dice que su experiencia como guaquero y aprendiz de un chaman llanero le sirvieron para tener el corazón limpio y la mente abierta a estas experiencias . José cuida el desaparecido hotel El Refugio del Salto, ubicado cerca al Salto del Tequendama, a una hora de Bogotá, y que hace diez años cerró definitivamente.
Hace nueve años, José Ignacio Pareja se le midió al reto de vivir en la casa donde más de un celador salió huyendo por los espantos. Dice que su experiencia como guaquero y aprendiz de un chaman llanero le sirvieron para tener el corazón limpio y la mente abierta a estas experiencias .
José cuida el desaparecido hotel El Refugio del Salto, ubicado cerca al Salto del Tequendama, a una hora de Bogotá, y que hace diez años cerró definitivamente.
La casa, inaugurada en 1924 por una firma alemana, fue casi durante una década uno de los mayores centros turísticos visitados por los capitalinos. El celador cree que algunos de los fantasmas son personajes de esa época, que murieron tras sostener fuertes peleas en el bar ubicado en el segundo piso, cuyo entablado se está cayendo.
Allí, precisamente, personas de la televisión José no recuerda sus nombres dejaron encendida, a las 6 de la tarde, una pequeña grabadora para registrar lo que sucedía en su ausencia. Cuando la recogieron, a las 11 de la noche, escucharon murmullos y música, por lo que decidieron bajar de grupos de tres cada hora para ver lo que pasaba. Las personas del tercer turno vivieron una experiencia aterradora que no quisieron contarle a José, pero prometieron llevarle lo que grabaron con una cámara de video.
El primer encuentro de este celador con el más allá ocurrió cuando apenas llevaba un año viviendo en el gran hotel. Una serpiente se le acercó dispuesta a atacarlo. Cuando se fijó que yo no le tenía miedo, se transformó en una princesa indígena que no tiene nada que ver con lo que nosotros creemos, es un ser maravilloso , dice sin dar mayores explicaciones. Solo agrega que la aparición le hizo revelaciones que luego se hicieron realidad.
Como toda la casa, el primer piso tiene su historia. Ignacio dice que allí siente que, junto a los conejos que cuida, un hombre sin cabeza lo vigila. Una vez le pude ver la sombra. A veces lo siento muy cerca aquí, detrás de mi hombro , cuenta.
El primer piso es oscuro porque está incrustado dentro de la montaña. Desde allí se ve el Salto del Tequendama y sus alrededores. El suelo es una mezcla de restos de baldosa y roca, y varios de los muros están acabados.
En su época de esplendor el Hotel contó con 15 habitaciones, de las cuales solo quedan cinco en uso entre el cuarto y el quinto piso. El acceso a ellas es por medio de una escalera de metal improvisada, ya que la original finaliza justo a la mitad del trayecto, sobre la entrada a la cocina. Aún conserva una lámpara de techo grande a la entrada de la construcción.
El Santo del Tequendama se caracterizó por los paseos de olla que llegaban a las orillas del entonces caudaloso y limpio Río Bogotá. La gente se distraía con los grandes reflectores que lo iluminaban y un ascensor construido para ir a la parte baja.
Traviesos espantos.
José se considera muy católico, por eso en cada muro de la casa tiene una cruz o una imagen religiosa.
Cuenta que sus espantos una vez le partieron un Cristo en dos. A lo mejor a ellos (los espíritus) no les gusta esas imágenes, pero a mí me gustan y por eso las dejo , afirma.
La casa del Tequendama, repleta de historias, espera un nuevo rumbo. Su actual dueño, Roberto Arias Pérez, ordenó tumbar los muros que separaban algunos de los cuartos para crear salas de recepciones y un restaurante - bar que funcionó hasta 1983. Su destino, según José, está entre convertirse en museo u oficinas para la Policía.
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